Diálogo de Saberes

08 Mar, 2023
Claudia Marcela López Peraza

Soy una joven mujer rural y estudiante universitaria residente del municipio de Santo Tomas. Desde hace tres años tuve mi primer acercamiento con la medicina ancestral, a través de la organización de mujeres a la que pertenezco, y aprendí la importancia que tiene la biodiversidad en nuestras vidas, en nuestro día a día.

En este caminar aprendí prácticas ancestrales, tanto de cultivos libres de agro tóxicos y de medicina ancestral que ayudan a mejorar nuestra calidad de vida. A través del aprendizaje del conocimiento ancestral aprendimos a conectar nuestras manos con la tierra y a conectar con otras mujeres.  

 Al poner en práctica estos saberes nos dimos cuenta que ejercemos actividad económica a través del trueque ya que realizamos intercambios de alimentos de nuestro huerto por alimentos que no cultive en mi huerto y del intercambio de semillas criollas que son sacadas de nuestro propio huerto. Y de esta manera garantizamos soberanía alimentaria, prácticas que ya poseían nuestros ancestros y ancestras.

Los saberes ancestrales son todas aquellos conocimientos y prácticas, heredados de nuestros ancestros y ancestras de generación en generación como el lenguaje ancestral, gastronomía, artesanías, medicina, agricultura, riego, técnicas de conservación, y producción de alimentos entre otros.  

De manera personal hay una frase de Hipócrates padre de la medicina griega, que me llama poderosamente la atención y es la siguiente “haz que tu alimento sea tu medicina y que tu medicina sea tu alimento” y que mejor medicina podemos encontrar que la medicina que las plantas nos proveen. Es por ello que como seres humanos consientes de ser parte de la naturaleza debemos defenderla  y que mejor manera que regresando a nuestros orígenes ancestrales con aquellas prácticas que poco a poco van quedando en el olvido. Por ello, debemos comenzar a indagar que tipo de conocimiento tenemos en nuestras comunidades y luego llevarlas a la práctica para conectarnos con la tierra y que sea ella la que nos dé sus frutos a través de los cuales podemos no solo alimentarnos de forma saludable y balanceada sino que también cumplen con la función de tratar enfermedades de esta manera la naturaleza muestra su perfecta armonía.

Conectar con la tierra implica percatarnos de  esa perfecta armonía  en nuestro día a día. Esto es algo que nuestros ancestros tenían bien claro, ya que antes de la colonización la actividad más fuerte en los pueblos indígenas u originarios era el cultivo y producción de alimentos de una forma natural, asegurando su soberanía alimentaria y el buen vivir a través de la medicina ancestral que ellos mismo cultivaban en todos los territorios. 

Pero estas prácticas que se heredaban de padres a hijos y de madres a hijas han venido desapareciendo con la llegada de la colonia con el despojo de las tierras y la explotación extractivista de los territorios que vino a destruir la biodiversidad existente; hoy en día son pocos los pueblos que han hecho resistencia por conservar estos conocimiento.

Según UNESCO “los saberes tradicionales y ancestrales son un patrimonio cuyo valor no se limita únicamente a las comunidades originarias, sino que dichos saberes constituyen un importante recurso para toda la vida humana, en tanto enriquecen el conocimiento mutuo por medio del dialogo y permiten conservar el amplio espectro cultural existente en un territorio dado”.   

Estos conocimientos y prácticas se retomaron a raíz de la cuarentena por pandemia covid 19, la más larga que se vivió desde Marzo hasta Agosto de 2020 en el país y Latinoamérica y que nos obligó a cambiar tanto los hábitos alimenticios como la manera de tratar tanto las enfermedades simples como las crónicas. 

Muchas mujeres como cabezas de familia nos vimos obligadas a retomar prácticas ancestrales como lo son los cultivos orgánicos libres de agro tóxicos y crianza de animales para el consumo y de esta manera garantizar el alimento en nuestras comunidades siendo esta una forma de generar ingresos para los hogares, debido a que asumimos el papel de proveedoras además de desempeñar las labores de cuido.

Con la práctica del cultivo se retomó también la práctica de la medicina ancestral debido a que las plantas no solo cumplen su función alimentaria sino también medicinal que viene a aliviar enfermedades comunes e inclusive enfermedades crónicas preexistentes y  que no fueron atendidas en su debido momento por el sistema de salud a causa de la emergencia sanitaria.

El encierro vino a evidenciar que el Estado no garantiza este acceso digno a servicios de salud para toda la población debido a que en muchos casos las mujeres recorren grandes distancias para ser atendidas y el encierro vino a empeorar esta situación. De no ser por estos conocimientos y prácticas ancestrales probablemente la tasa de mortandad en el país  hubiera sido mayor. 

Es por ello que nosotras las mujeres tomamos la decisión política de  revalorizar los saberes y prácticas ancestrales que nos permiten tejer la red de la vida libre de agro tóxicos en nuestras comunidades ya que esta es la herencia que nos dejaron nuestros abuelos y abuelas y que a través de estas prácticas podemos ejercer soberanía alimentaria en nuestros territorios. Incentivar los santuarios de semillas criollas y la preservación de la biodiversidad que será el legado que dejaremos a las nuevas generaciones.

Una de las formas más sencillas de iniciar es organizarse con la misma gente de la comunidad que es de donde se obtendrán los diversos conocimientos ancestrales y luego poniéndose de acuerdo donde se cultivara, cuanto se cultivara y que tipo de cultivos realizaran una vez definido el espacio, el que producir, y cuanto producir se puede cultivar tanto el alimento como la medicina y porque no decirlo que es la tierra misma la que nos regala los microorganismos y la materia orgánica que también servirán para la producción de los foliares, y abonos orgánicos que servirán como alimento al mismo huerto para obtener cultivos saludables 

No se necesitan grandes hectáreas de tierra, ni gastar mucho dinero para tener un huerto orgánico casero o comunitario ni mucho menos invertir en pesticidas o cualquier agro toxico la misma tierra, la misma naturaleza nos regala sus bondades para tener frutos saludables.     

Desde el rescate de los saberes y prácticas ancestrales sobre todo en la producción de alimento y el cuido a la salud al no brindarnos centros especializados para el cuido de la salud de las mujeres y la forma de hacer economía a través de trueques, nosotras las mujeres subsidiamos los costos que debería asumir el Estado, por eso decidimos resistir.

Volver a nuestras raíces es enseñar a cuidar la naturaleza y cuidar la naturaleza es enseñar a valorar la vida.

 Sin naturaleza no hay vida.

Por:

Claudia Marcela López Peraza